Música, huyendo del reloj.

REFLEXIONES DE UN COMPOSITOR

La música tal y como se entiende en sus múltiples facetas es, en última instancia, en lo más profundo, un jugar con la percepción del tiempo. Un juego de duraciones. Más bien, sensación de duración. Apenas una aportación como músico profesional: El objeto más odiado por todo músico es el metrónomo, ese que nos obliga a mantenernos conscientes del tiempo continuamente. Supongo que el objeto, en el fondo, más odiado por todos es el reloj. Escapar de esto, es el sentido último del arte sonoro y temporal.

Esa es quizá la gran diferencia entre la música como arte y la música como entretenimiento y producto de masas. Si muchos rechazamos la comparación entre ambas e incluso en ocasiones nos enfadamos con la deriva de la música comercial y popular y con la manera que tiene el oyente de relacionarse con este producto, es porque ha perdido en gran medida su carácter único. No es que sea banal musicalmente, que sea “básico”, que apele a emociones facilonas en sus letras o que el contenido armónico y melódico sea pobre y repetitivo. No es eso en el fondo. En el fondo el problema es que no pretende en ningún caso sensibilizar el espacio-tiempo, no pretende distorsionar la percepción del espectador, tan sólo decorar la estancia como un mueble con una pulsación fija, tempo invariable (se convierte en otra extensión del reloj). No nos llama la atención porque estamos acostumbrados, no nos arranca del flujo del tiempo, ya que forma parte de nuestro paisaje sonoro como el ruido de un coche o el sonido de una máquina eléctrica sonando sin cesar. La mayoría de la música hoy en día es mayormente un producto de fábrica, un producto en cadena incluso (véase la participación de compositores, arreglistas, intérpretes, técnicos de sonido, etc.) y un producto prefabricado en un estudio, listo para empaquetar en un CD y distribuirlo comercialmente. En este proceso se pierden varias cosas fundamentales para el arte musical; El espacio: dado que la música en CD puede sonar en cualquier lugar, no tiene una ligación necesaria con las características acústicas y simbólicas de un espacio. Y el tiempo: la música en CD puede ser escuchada una y otra vez, puede ser rebobinada, y puede sonar en cualquier momento.

Esto no es algo negativo per se, de hecho, las grandes puertas que nos abren los medios electrónicos en el campo de la composición y el estudio de la música son inimaginables y representan sin ninguna duda el futuro de nuestro mundo sonoro y musical. El problema es que hemos dejado de utilizar la música como medio “catárquico”, como huida del reloj. Hemos dejado de buscar la música para sumergirnos en otro espacio-tiempo con otras normas y otras lógicas. Ahora, lo único que parece que se mantiene es la música como representación de emociones (especialmente a través de una letra), pero en esta representación la forma y el desarrollo musical, así como su lógica interna, han perdido importancia, y en muchos casos no existen como elementos fundamentales. De este modo la música es sólo un apéndice a otras emociones que podamos sentir, amplifican nuestro sentimiento de tristeza, de nostalgia, de alegría, nuestras ganas de divertirnos… La música no es el fin último de la música en el nuevo contexto auditivo del Occidente hipermoderno.

Desde Monteverdi hasta Stockhausen, en la música culta y popular de occidente, con sus diversos y diferentes formatos, ha existido siempre un conocimiento más o menos consciente de la importancia de la forma y la percepción del tiempo. El compositor juega deliberadamente con tus expectativas, con la densidad de eventos sonoros o con la introducción de contrastes, la repetición, la definición de la forma, etc. Así se construye un mundo propio en el que nos sumergimos, perdiéndonos por un momento. Y cuando termina la pieza somos conscientes de haber sido arrancados del flujo normal del tiempo, decimos siempre, cuanto tiempo ha debido pasar, y lo que queremos decir es que para nosotros ha pasado “muy rápido” ese instante, o más bien, que no ha pasado, que no éramos conscientes del paso del tiempo, estábamos fuera del Kronos. Esto por supuesto muchos lectores lo relacionaran con otras actividades que les apasionan, con la concentración en el trabajo y demás. Pero es que ese es el verdadero objetivo de la música, tanto de oyentes como de músicos, o debería serlo.

El factor más simple y directo de la música ya nos indica este hecho, el ritmo; Todo ritmo audible por el ser humano está relacionado con algunas verdades inmutables, el ritmo y compás del corazón, el ritmo del caminar, la respiración, el sexo, las fases de la luna, el batir de las olas, los pájaros que suenan en las diferentes horas del día o la noche, y un largo etc. En definitiva hay una relación intrínseca entre el concepto de ritmo y una suerte de reloj interno, o mejor dicho de metrónomo interno, ya que éste es mutable y variable. La manera en la que concebimos el fluir del tiempo está ligado con este metrónomo interno y los ritmos que escuchamos se contraponen y relacionan directamente con él. Un ritmo de carácter más lento que nuestra respiración normal o nuestros latidos será evidentemente concebido como un ritmo lento. Un ritmo de carácter claramente más rápido que nuestra respiración será concebido como un ritmo rápido, y esto es sólo un pequeño ejemplo de la infinita serie de relaciones que podríamos establecer.

Esa tendencia íntima e inconsciente de acompasar todo lo que hacemos al ritmo de la música que estamos escuchando nos muestra también una suerte de búsqueda intrínseca de fusión, como en las danzas y músicas de percusión africanas, donde las polirritmias son frecuentes, pero el movimiento del cuerpo de los intérpretes permite una percepción de “pulsación” estable, y ayuda a los propios músicos a no perder el ritmo, sintiéndose así inequívocamente en una especie de comunión. Sin querer entrar más profundamente en este tema diré que claramente este carácter comunitario, de acompasar tus actos a los de otro y a los de todos, además de provocar también esa pérdida de la noción del tiempo, es un pilar fundamental en la construcción social y cultural de todos los colectivos humanos a lo largo del planeta. Recomiendo al lector la visita a los rituales Corrobore de los aborígenes australianos, las danzas sufíes, la música del gamelán en Java o Bali, la solemnidad del Gagaku japonés…

Pero hoy en día, de nuevo, estamos perdiendo esa comunión, esa abstracción social del tiempo, que ya apenas ocurre en contextos concretos y limitados. Quien quiera establecer una relación entre lo anteriormente citado y una escena de discoteca, con toda la gente bailando al mismo ritmo y la misma música entenderá rápidamente la diferencia, puesto que en este contexto ninguno es consciente de estar participando de un “todo”, de estar en fusión y en comunión a través del ritmo que ellos mismos sienten y proyectan (reflejo, claro, de una sociedad individualista también en su manera de percibir lo sonoro).

Morton Feldman dijo una vez que la tarea de un compositor era “sensibilizar un espacio-tiempo”. Como sumergirse o flotar en una concentración íntima que sólo percibimos cuando ha terminado, estar sumergido en el momento, esa es la visita a Aión a la que nos invita la música, arte temporal por excelencia, nos ayuda a escapar de Kronos, de las agujas y de nuestra vida entre andenes. Como decía Jonnhy Carter (Charlie Parker) en el relato de Cortázar “el perseguidor” el metro, los trenes, la ciudad en sí misma, es como estar dentro de un enorme reloj. Y entre la estación A y B, el trayecto que dura 2 minutos, tu cerebro ha podido imaginar horas y horas de vida, de recuerdos, pero ahí está la maldita estación y la maldita megafonía diciéndote una y otra vez cuanto tiempo ha pasado, exactamente. Stockhausen dijo que si bien antes se pensaba que las cosas (que oíamos) estaban inmersas en el tiempo, en realidad es el tiempo el que está en las cosas.

Así cada elemento sonoro, cada sonido aislado y puesto en relación con otros, todo sonido ordenado (que es al final, la música), tiene un tiempo propio. Juntos generan el tiempo propio de una obra musical. Este tiempo propio no es tiempo del reloj, no es la duración, sino que es una lógica dimensional y un devenir que ocurre en el interior de ese instante temporal. Así, la relatividad del tiempo nos dice que éste no es una línea recta en nuestra percepción, sino que esta dividido en momentos que podemos percibir, en relación con el tiempo del reloj, como “corto” o “largo”, como que se nos ha pasado volando, o como que se nos ha hecho eterno. Así, percibimos el tiempo como una especie de reloj blando, que se pliega y repliega en cada momento único e irrepetible, dependiendo de nuestra manera, individual o social, de reaccionar ante él.

La música es una de las grandes encargadas de hacernos reflexionar sobre esto, y hacernos vivenciarlo. Siglos y siglos antes de la aparición de las teorías de la relatividad, incluso siglos antes de la invención del concepto de Tao (el Tao como definición de todo lo que hay y ocurre en un instante, así como de lo que no hay y no ocurre en un instante, ambas cosas definen la realidad y nuestra percepción de ella) la música ya nos había enseñado de esa distorsión de la percepción temporal, de ese arrancarnos del fluir lineal del tiempo. Recordemos siempre e intentemos reproducir, aprender, de los chamanes de las aldeas que con un tambor y una danza consiguieron transmitir este conocimiento profundo de la realidad del tiempo y el hombre.

Y sí, hacer canciones que duren todas entre 3 y 5 minutos (de nuevo, presente, el reloj), con la misma estructura fundamental de estrofas y estribillos y con el mismo material musical en esencia y ponerlas a sonar a todas horas en todas partes es un mal método para mantener y dar valor a estas experiencias.

Porque escapar de Kronos, del reloj, es para el ser humano cosa fundamental, significa escapar en última instancia de la certeza de la muerte. Y eso es la música, sólo una pequeña ayuda, un momento, que nos permite descansar un instante al margen de ese camino inexorable hacia la muerte.

Gonzalo Rodríguez Alonso

Músico y Estudiante de Composición en la Escuela Superior de Música y Artes Escénicas de Porto (ESMAE)

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