Belleza en la banlieue: a propósito de «Asphalte»

«La beauté est dans les yeux de celui qui regarde»

Asphalte es una película rara, muy rara. Tan rara como el encuentro entre Du Lavande (Roy Andersson) y Nothing personal (Urszula Antoniak). Así de rara.

Samuel Benchetrit nos trae su quinto largometraje, inspirado en su libro autobiográfico, Chroniques de l´asphalte, (2005) con el fin de rendir homenaje a las relaciones humanas azarosas.

En la gris periferia parisina, durante un tiempo incierto entre los años 80 y el presente, el ascensor estropeado de un edificio ruinoso será el tejedor de una historia que narra los encuentros fortuitos entre tres parejas de solitarios desconocidos.

 

El señor Sternkowitz (Gustave Kervern) un hombre huraño que se hace pasar por fotógrafo para conquistar a una enfermera nocturna (Valeria Bruni-Tedeschi); la señora Hamida (Tassadit Mandi) una anciana magrebí, gran fan de las telenovelas, que da hospedaje al astronauta americano McKenzie (Michael Pitt) cuya nave aterriza en el techo del edificio; y Jeanne, antigua estrella del cine deprimida (una impecable Isabelle Huppert interpretándose a sí misma) que establece lazos afectivos de dudosa naturaleza con su vecino Charly (Jules Benchetrit) un adolescente hecho a sí mismo.

Formalmente, La comunidad de los corazones rotos (como se le dio en llamar en España, a fin de despojarla de todo encanto poético) se trata de una película equilibrada, en el juste milieu: la comedida banda sonora de Raphaël Haroche, junto con la fotografía apagada, de colores desaturados de Pierre Aim le confieren al film una delicada belleza innegable, mientras que el formato de pantalla cuadrada consigue una apariencia de viñeta que resulta de lo más apropiado.

Es cierto que el film no destaca en su forma, porque su verdadera exquisitez radica en el contenido: los diálogos resultan brillantes e irónicos y hacen gala de un sutil surrealismo heredero (como buen film francés) de Jacques Tati. Y, sin embargo, aun apreciando su cariz irónico y divertido, lo que realmente conquista de la película son sus personajes.

Porque Asphalte es precisamente eso, una pequeña gran historia de personajes. De unos que se mueven en pantalla con la torpe elegancia del erizo, que sin apenas gesticular palabra, te obligan a poner el ojo tras la mirilla para husmear entre las cajas de VHS de Jeanne.

Pero Asphalte no es una gran película. Qué va! Es una película más bien diminuta, frágil y efímera. No es para aquellos en búsqueda de una gran odisea fílmica, sino para aquellos otros que quieran y sepan disfrutar del placer de observar.

Asphalte es la delicadeza de Yasujiro Ozu, porque no es el asfalto al que estamos acostumbrados. Es tierno, etéreo y reconfortante, y deja con la sensación de que el gris puede llegar a ser el color más cálido.

Es, ante todo, belleza ordinaria. Cuando el equipo de la NASA (muy a nuestro pesar) llega para rescatar al astronauta extraviado, las aspas del helicóptero generan un ligero viento y, con él, pequeños trozos de papel y plástico se elevan grácilmente.

Resulta paradójico que la escena más bella de un film sea aquella protagonizada por desechos danzantes, y sin embargo, descubrimos en ellos la misma belleza que habíamos descubierto años antes en la “bag scene” de American Beauty (Sam Mendes).

Asphalte es para los que quieran ver en el frío repiquetear industrial un timbre capaz de unir a seis personajes; es para aquellos que saben ver la belleza en una bolsa de plástico que danza al viento.

 

Melissa Castro

Graduada en Historia del Arte por la Universidad de Santiago de Compostela. Continúa su formación académica en la Université Paris-Sorbonne. Nace en Pontevedra en el año 1995 y actualmente reside En París.

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