Para los que no queríamos saber ni de las golondrinas de Bécquer ni de las piedritas de Benedetti, llegó Sabina. Salió de Úbeda con un fedora en la cabeza, un pasado a la espalda y una voz lijada por ducados que esculpía poesía. Llegó para hablarnos del desamor, para decirnos que no quedan rotos para tantos descosidos. Y vaya si nos llegó.
El 24 de marzo de 2017 salía a la venta su decimoctavo disco: “Lo niego todo”. A sus musas –como dice el propio Sabina- “les habían salido varices y les olía el aliento” y en un intento por rejuvenecerse apostó por el “joven” Leiva –excantante del grupo de rock Pereza –como productor, dejando a un lado a su inseparable Pancho Varona.
Contaba para ello con los compositores Pablo Milanés –creador de “La canción más hermosa del mundo” – Rubén Pozo y el propio Leiva; con el letrista y poeta Benjamín Prado y con un ejército musical formado por el baterista José Niño Bruno, el bajista Candy Caramelo, los teclistas César Pop y Joserra Senperena, los guitarristas Ariel Rot y Carlos Raya y su querida excoralista Olga Román.
Sabina presentaba el disco con la voluntad del viejo pecador que intenta redimirse de sus pecados, y así lo confirma “lo niego todo” canción que da título al álbum. Trata de negarlo todo, incluso la verdad; de echar por tierra la reputación de “juglar del asfalto y profeta de vicio” que él mismo había ayudado a crear: “Ni héroe en las barricadas, ni okupa, ni esquirol”. A la canción, que no le falta un verso en su sitio, le sobran, sin embargo, un estribillo demasiado pop y la voluntad de ser pegadiza. Porque mal que le pese a Leiva, las canciones de Sabina no parecían estar hechas para grabarse en la mente sino para sellarse en las entrañas.
Pero parece ser que ese era otro Sabina, porque el nuevo álbum suena a intento de cirugía musical y personal: a estirarle a Sabina las arrugas y la voz travestirlo de Leiva. Sólo exceptuando, a “Churumbelas”, tan sabiniana que hubiese sido digna de “19 días y 500 noches”, la nueva producción intenta cambiarnos nuestro “helado de aguardiente” por “tiramisú de limón” y es que es bien sabido que el tiramisú gusta a todos.
De las doce canciones, ocho de ellas parecen sacadas de un disco inédito de Leiva, quién le sugiere amablemente a Sabina que le de su toque personal, como muestran “Leningrado”, “Sin pena ni gloria” o “Lágrimas de mármol”. A esta tendencia leiviniana escapan la ya mencionada churumbelas, “Postdata” –compuesta por Ariel Rot – que nos recuerda al “El roncanrol de los idiotas” con un “ni tú eras para tanto ni yo soy para ti” y “Canción de primavera” – compuesta por Milanés- cuya presencia de la excorista Olga Román nos trae al Sabina inicial. La deriva más improbable del disco, para todos los que conozcan la trayectoria artística del gran maestro, llega con “¿Qué estoy haciendo aquí?”, donde acompaña una durísima letra con un ritmo reggae un tanto chirriante. Y sí, indudablemente nos preguntamos qué está haciendo Sabina ahí. Para cerrar el disco, Leiva, que se había contentado con un par de coros y la aparición en el videoclip de presentación, se acerca un pelín más al micro para compartir con El Flaco “Por delicadeza”
El disco prometía ser una renovación artística Dios sabe que necesaria, pero resultó convertirse en un enmascaramiento, porque una cosa es un lavado de cara y otra muy distinta, una operación, y como dice su canción “a veces no basta un porque sí” para dejar tu disco en otras manos.
Maestro, déjele el pop a los Leiva, el reggae a los Bob Marley y guarde con recelo y a buen recaudo el rock y la trova. Para usted el número siete de la calle melancolía, para usted las chupas de cota de mallas contra la desdicha, para usted la sala de espera sin esperanza. Y, para nosotros, para nosotros sus versos.