“El ser humano es un animal de costumbres en sus movimientos, ya que se limita a ir y volver de un reducido número de lugares.”
Investigadores de la Northeastern University de Boston (EEUU)
Honoré de Balzac dormía desde las seis de la tarde hasta la una de la madrugada, a esa hora se levantaba para escribir sin descanso hasta las ocho, dormía una pequeña siesta de hora y media y volvía a escribir hasta las cuatro de la tarde.
Podríamos decir que llevaba una agotadora rutina o también que su dedicación era ejemplar. Balzac llegaba a beber hasta 50 tazas de café negro mientras escribía, lo que nos hace pensar que tal vez se tratase de una obsesión o incluso de una terapia personal.
¿La rutina construye o extermina la libertad?
Costumbres convertidas en comportamientos obsesivos, planificaciones milimétricas que no dan lugar al azar, movimientos rápidos realizados de memoria para los que no hace falta pensar. Tampoco podemos decir que la rutina nos horrorice, nos gusta la tranquilidad, la seguridad que aporta el saber que las cosas programadas salen bien. La rutina, ligada al orden, a la habilidad, nos ofrece justo lo que queremos cuando los días se repiten. Pero ¿por qué los días se repiten?
La actividad que diferencia al hombre de los demás seres es el raciocinio. No solo nos preocupamos por qué comer, con qué abrigarnos o dónde dormir sino que también nos cuestionamos el motivo de nuestra existencia. El ser humano ha evolucionado, ha crecido sobre generaciones pasadas gracias a su inclinación por cuestionar hechos, ha descubierto cómo sobrevivir, cómo convivir y cómo disfrutar. Ha superado las actitudes instintivas para atender preocupaciones mayores.
El hombre ya no tiene que preocuparse por salir a cazar, ahuyentar a los animales feroces o evitar las heladas porque ha ideado un sistema en el que todo eso le viene resuelto a cambio de desempeñar un oficio. La sociedad se consolida, satisface cada vez más necesidades sin que a uno le cueste apenas esfuerzo y todo se convierte en un tira y afloja de recursos, tiempo de trabajo a cambio de preocupaciones resueltas. Todo son facilidades y rapidez, todo está desarrollado por profesionales y la calidad de la solución siempre se ofrece óptima. Puede emplear su tiempo libre para lo que quiera. Para disfrutar y sucumbir a sus pasiones sensitivas, todas aquellas que le acercan de nuevo a sus instintos primarios, ya no tiene tampoco que preocuparse por su existencia ni por problemas de mayor envergadura que atañen a la humanidad porque esa es una tarea que ya le corresponde a un determinado gremio de profesionales.
La rutina nos facilita la vida porque en poco tiempo incorporamos a ella el factor experiencia, ese que consigue que realicemos los mismos ejercicios cada vez en menos tiempo de forma automática y precisa alejándonos del error y de tener que dedicar atención intelectual para desarrollarlos. Así todo se convierte en una mera repetición, así es como los días se repiten.
Nuestro intelecto desconecta su actividad cuando la acción que realizamos no lo demanda, se vuelve vago, cómodo, inactivo. Olvida aquellas preocupaciones que diferenciaban al hombre de los demás seres para centrar de nuevo su atención en las facultades sensitivas, nuestra mente echa de menos sentir, por ello retoma su esfuerzo por alcanzar la interacción con el mundo sensible y convertir esto en su fin, busca poner en práctica los sentidos, estimularlos y activarlos, dejando la excitación de nuestra conciencia relegada a un segundo plano.
Es evidente por otra parte que la costumbre es ventajosa, nos ayuda a organizarnos, a ser más productivos a desarrollar mejor y más rápido, a ser capaces de crear. Nos ayuda a poder realizarnos, a conseguir aquello que deseamos si somos constantes, a crecer. La rutina nos ofrece la libertad cuando somos nosotros los que la utilizamos ella para alcanzar nuestros propósitos y objetivos pero nos la roba cuando esperamos que sea ella la que nos guíe.
Tal y como expuso el filósofo Vladimir Chávez Boubión en un ensayo; “Tanto los hábitos como los vicios, se encarnan al hombre a través de la repetición de actos ya sean estos buenos o malos, por lo que en uno o en otro sentido tenemos que la costumbre está adherida a la actuación del hombre orientándolo a su perfección o a su destrucción.”
Bea Zurro