ARTE EN LAS CIUDADES VOL.5 – SRI LANKA

Te subes al avión y todo lo que ves es gente con esterillas de yoga y en tu mochila sólo llevas protector solar, repelente de mosquitos y mil pastillas por si: bebes agua de un río y te contagias de malaria, por si comes comida en mal estado, por si te pica una serpiente o un escorpión, por si te ataca un elefante y tienes que tomarte algún analgésico… Pero nada de esterilla de yoga. Lo único que quieres es salir del frío del invierno y pisar alguna playa, lo del yoga… ni se te había ocurrido. Y entonces, tras 7 horas de vuelo y 4 de escala llegas al país de los cocos, las playas, los budas y sus monjes, los templos abandonados y sus monos. Has llegado a Sri Lanka, una isla cuya arquitectura, escultura y pintura llevan la marca budista.

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Cuando su norte fue invadido por los tamiles, un grupo proveniente de la India que desarrolló una nueva cultura y política, sus antiguas capitales fueron abandonadas, como por ejemplo Anuradhapura y Polonnaruwa. En ambas capitales se pueden ver las dagobas o estupas, monumentos arquitectónicos preponderantes en la isla. Las ruinas la ciudad de Polonnaruwa desprenden historia. Sus construcciones, sus esculturas, sus caminos empedrados hacen que te traslades a la época en la que esa ciudad, ahora en ruinas, fue el centro neurálgico de la isla.

Pero no sólo la arquitectura es algo que llama la atención en Sri Lanka. Su escultura, los miles de Budas que te encuentras allí a donde vayas. Budas pequeños, tallados con cariño que aun guardan cada detalle o que, debido a las inclemencias del tiempo han perdido parte de su expresión. Todos y cada uno de ellos desprenden algo diferente, ya sean tallados en piedra o recubiertos de yeso. O incluso los dorados que vigilan le entrada de las cuevas de Dambulla. Todos ellos sentados sobre una flor de loto o de pie y con sus manos en las cinco diferentes posturas, las cuales representan desde la fuerza de la meditación como camino para alcanzar la iluminación, pasando por la ausencia de miedo y la protección o el estado de liberación del sufrimiento y de los ciclos del renacimiento. Pero aunque no sepas muy bien de qué va la cosa siempre habrá un paisano que, con una gran sonrisa, se sentará en la piedra más próxima para explicarte en su mejor inglés la historia de Buda y de cómo llegó al Nirvana, el lugar al que todo budista quiere llegar.

Aunque las estatuas budistas sea lo que se puede encontrar en cualquier lugar de la isla, la roca de Sigiriya fue declarada lugar Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1982. En ella podemos encontrar la Puerta de León, garras de león talladas en la roca que flanquean las escaleras de subida a los restos de un palacio y una fortaleza desde las cuales se pueden ver unas magníficas vistas. En la misma roca podemos encontrar frescos en el cual mujeres portan ofrendas y de los que a pesar del tiempo que ha pasado se puede apreciar su color. Colores que se pueden ver en los puestos de fruta en cualquier curva de cualquier carretera perdida por las montañas, en los saris de las mujeres, en sus especias, las plantas, su carácter y su vida. Una vida que a pesar de ser pobre en dinero es rica en calidad de vida.

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Y con toda esa energía te vuelves al frío del invierno, con marcas del sol en la espalda de todas las camisetas que te has puesto en los últimas 2 semanas y con todos los blísters de pastillas de vuelta, porque no, no te ha picado ninguna araña ni te ha atacado un elefante.

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Cristina Rodest

Graduada en Comunicación Audiovisual. Con experiencia en dirección de arte, maquillaje FX y vestuario. Amante de la fotografía, el cine y adicta a viajar.

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