Desde hace un tiempo la misteriosa generación Z o post-millennials encabeza muchos titulares. Por su audacia, su compromiso con el medioambiente y su negativa a formar parte de una estructura capitalista en la que su valor y su esfuerzo tengan que ser medidos por un jefe. Los identifican como la generación del emprendimiento pero también como individualistas y desconsiderados para con la sociedad, faltos de ambición y desagradecidos. Hace no demasiado tiempo, no se dejaba de hablar de los millennials, o también conocidos como la generación mejor preparada de la historia que después de formarse se encontraba con la dura realidad del paro. Independientemente del año de nacimiento cualquiera de ellos ha sufrido el acusativo de pertenecer a la generación perdida.
El concepto de “generación perdida” no es nuevo, ni mucho menos exclusivo de nuestra época. La generación Z no es la primera que se ha definido bajo esta afirmación sino que ya son varias las que han honrado la falta de expectativas.
Hay quién habla sobre la generación z o postmillennials como la generación que encabeza los nuevos modos de acción que triunfarán en el futuro, otros sin embargo los categorizan como una generación sin aspiraciones ni pretensiones, como la generación perdida.
Sin embargo el concepto de “generación perdida” ya remite su primer uso a un grupo literario en cuyas obras se plasmó el pesimismo y la turbación de los jóvenes norteamericanos que vivieron la crueldad de la 1GM y la desolación de la Gran Depresión. La misma sensación que también se repitió en el Punk de los años 70 con la crisis del petróleo y con la que vivimos en la actualidad.
Sin ir más lejos, sus hermanos mayores los millennials, o “ninis” en una de las generalizaciones más despectivas son el ejemplo de la poca confianza que depositan sobre los jóvenes las generaciones más maduras. Hemos cumplido con todo lo que nos pedían, o todo lo que se supone que debíamos de hacer para lograr un futuro exitoso, ese futuro que nuestros padres habían soñado para nosotros pero que a ellos mismos los arrastró a desahucios y pérdida de trabajo en la edad madura.
Desde pequeños hemos sido instados a estudiar y a dedicar nuestro tiempo a rellenar líneas de nuestro expediente para ahora darnos cuenta de que poco ha valido. Mientras tanto, las empresas organizan congresos en torno al análisis de la conducta consumista de nuestra generación, esa que ya no se preocupa en los bienes materiales sino en disfrutar de las experiencias, nuestras pretensiones son viajar, vivir y disfrutar. Datos acuciantes a la hora de invertir en nuevos modelos de negocio. Esto reafirma que hemos recibido una educación que no es válida para la época que nos tocará vivir y hemos sido nosotros mismos quienes hemos decidido reaccionar ante el cambio.
Educados por la crisis o la precariedad hemos encontrado un abismo al que enfrentarse al llegar a la edad adulta, el que ha instado a redefinir las aspiraciones hacia las que dirigirse. Dicen de nosotros que esto evidentemente nos puede llevar a una toma de conciencia colectiva, pero también al individualismo total, al sálvese quien pueda. Pero esto ya ha ocurrido anteriormente y sino que se lo pregunten a los hippies del 69 que ahora visten de raya diplomática. La elección última siempre es de cada uno.
Hijos de la crisis, o los mimados hijos de la abundancia económica, no sé si se supone que debemos sentirnos encasillados en alguno de los dos colectivos o enfrentados, o si en función de esa etiqueta decidiremos nuestros pasos, el caso es que por muy mal que nos pinten el futuro, éste está en nuestras manos, para bien o para mal, pero esperemos en este caso que no nos olvidemos de nuestras acciones y acabemos enlosando a nuestros hijos con las consecuencias.
El misterio de la generación Z tal vez venga ligado de la incomprensión de los sentimientos de los jóvenes por parte de las generaciones anteriores. Parece que al final, todos olvidamos poco a poco lo que significa ser joven y lo necesario que es para encontrar nuestro camino, primero, haber estado perdido.