Relatos de Tinder. Ligar en el siglo XXI

Parece ser bastante común hoy en día utilizar como excusa aquello de “tengo un amigo al que le funciona muy bien esto del Tinder y así que yo también me lo hice… y la verdad es que funciona”. Pues a ti majo te funcionará, no digo yo que no. Que aquí todos tenemos una vida sexual muy satisfactoria y ninguno se ha pasado meses sin follar. Qué va. De hecho, yo a las dos semanas de abstinencia estoy tan desesperado que tengo que tirar de mi amplísima agenda de follamigas, que es como un harén siempre dispuesto a satisfacer mis necesidades sexuales.

En fin, por si no se había notado, estaba siendo irónico. Me resisto a pensar que casi nada de lo que hago está demasiado alejado de la media. Si bien puede que la frecuencia con la que mantengo relaciones está por debajo de lo normal, esto no es ni de lejos algo infrecuente. Así que sí, si se folla con el Tinder, habrá que probarlo, porque me lo ha dicho un amigo, porque estoy que me subo por las paredes 9 meses al año o por lo que sea. Los primeros días era algo excitante, veías un montón de perfiles que sabías eran de tías que estaban buscando lo mismo que tú, un polvo fácil, y era gente sin aparentemente muchas taras que le impidieran ligar normalmente. Aquello era seductor y parecía fácil: like, like, like, unlike, like, like… era la secuencia de barrido de perfiles habitual. Pero a pesar de ver una ingente cantidad de perfiles, los matches no llegaban. A medida que bajaba el listón progresivamente, seguían sin llegar, así que me tuneé el perfil con mejores fotos, mejor descripción… Y por fin, empezaron a llegar los ansiados matches. Pronto empecé a descubrir que aquello era casi más jodido que la vida real. Si bien habías pasado la barrera inicial de decirle de alguna manera a alguna chica “sí, me gustas y quiero meterte el pito”, lo difícil estaba aún por llegar. En la vida real, intentar ligar con una persona desconocida se parece más a hacer malabares con 5 bolas que a cualquier otro tipo de comunicación, pero en Tinder hay que añadirle el factor del anonimato. Del anonimato y del “me la suda desecharte porque tengo otros 10 tíos con los que hablar”. Así que tenlo claro: Tienes que hablar tú, no ser demasiado normal ni demasiado espontáneo, no subir mucho el tono ni mantenerlo demasiado bajo, no insistir mucho ni demasiado poco, etc. Vamos, que no te hernies porque en cualquier momento te mandan a la mierda tan rápido como te dieron like. Básicamente te la tiene que sudar un poco y en esta dinámica me encontraba durante aproximadamente un mes, usando el Tinder mientras cagaba o incluso a veces para hacer la coña con “mi-amigo-al-que-le-va-genial-con-Tinder”.

Un día, cuando me empezaba a aburrir y llevaba días sin abrirlo, le di un barrido a ver qué había y casualmente me salieron 3 matches de una vez. No era tan casual porque dos de ellos era una especie de “bots” que te envían spam de páginas de webcams y porno. La tercera era una chica normal, había estudiado ciencias como yo, no era excesivamente guapa y parecía natural y simpática. Al mandarme ella el primer “Hola” debí sospechar que aquello no era normal. De hecho, lo que pensé era que me había salido otro «bot» y que el enlace a la página porno era inminente. Al día siguiente me mandó otro “Hola” idénticamente soso y frío, al que tampoco contesté porque ya cada vez estaba más seguro de que sería un “bot” o un virus que mandaba “holas” hasta que finalmente contestabas y te vaciaba la cuenta del banco. Sin embargo, el tercer comentario que me envió hacía referencia a mi perfil, así que salvo que fuera un virus tan bien programado que sería la envidia de Google, aquello tenía que ser una persona. Mientras estaba en el trabajo nos enviamos un par de mensajes y ella respondía con más o menos rapidez. Por la noche, ya en casa, seguimos hablando y ella me propuso quedar ese mismo día. Mi experiencia previa me decía que aquello no era normal. Sospeché que sería algún tipo de estafa, alguna banda de ladrones que quedaban contigo por Tinder para llevarte a un cajero y sacarte los cuartos a punta de navaja. Pero ante la posibilidad de que fuera cierto, decidí aventurarme, no sin antes pedirle el Facebook y echarle un ojo a sus fotos. No tenía muchas, como en su perfil de Tinder, y eran todas bastante viejas, las últimas de 2013. No estaba mal, como he dicho, no era guapa, pero bueno, habría que probar a ver si era maja y total, un polvo no hace daño a nadie. Así que quedamos.

Ya de antemano, quiero pedir disculpas si en lo que sigue el tono, ya de por sí superficial, adquiriese la profundidad de una hectárea. Me gustaría escudarme en que NADIE usa (o no debería) usar Tinder sin un enfoque superficial. La misma dinámica de Tinder lo hace perversamente superficial per se, o sea que no me siento mal por decirlo libremente. De paso sea dicho, me gustaría comentar lo absurdo que me resultan esos perfiles de “busco solo amigos por Tinder” (sí, existen). Admito un grado amplio de superficialidad a la hora de mantener relaciones sexuales o incluso buscar pareja. Pero ¿Amigos por Tinder? ¿En serio? O sea, ¿Buscas amigos guapos o qué cojones? La idea es algo así como: soy una diva y hago un casting para que salgas conmigo, pero no te flipes, no es para ligar.

Siguiendo con el relato, quedé con esta chica a la que llamaremos Isa por poner un nombre. Antes de quedar con ella me advirtió de antemano que era muy normalita. Yo, lejos de sospechar que había algo raro ahí, me pareció honesto y como había visto sus fotos estaba de acuerdo: era muy normalita y eso me parecía bien (yo tampoco soy un Adonis, así que es lo mas justo no exigir más de lo que puedo dar). Salí al punto de encuentro bastante nervioso, suspirando fuerte de vez en cuando para controlarme, pensando cosas tipo: “Bueno, tranquilo, sé natural y ya está. No la conoces y lo peor que puede pasar es que no folles, cosa que tampoco ibas a hacer solo en casa”. Llegué pronto y le mandé un Whatsapp: “Estoy aquí”. Me respondió: “Estoy llegando por la calle Tal, he venido en coche”. Así que para fingir que era un tipo seguro de mí mismo, en vez de esconderme y encontrármela por sorpresa, me encaré hacia la calle donde venía para mirar como se acercaba. Cuando vi una cara parecida a la que había visto en el perfil me extrañó. ¿Es ella? No puede ser, estaba un poco gordilla en las fotos, pero no tanto. A medida que se acercaba, la cosa empezaba a estar bastante clara: me había engañado. Sí, las fotos eran suyas, pero digamos que con unos 30 kilos menos que debió ganar en los últimos 3 años que llevaba sin subir fotos.De nuevo pido disculpas por ser superficial, creo que los estándares estéticos de delgadez son excesivos y excesivamente exigentes para alguna gente cuyo metabolismo le impide alcanzarlos. Pero no quedo con alguien de Tinder para remover mi conciencia y plantearme este tipo de cuestiones. No, no me voy a forzar. No me resulta atractivo un nivel de gordura que roza la insalubridad (sea por cuestiones naturales o malos hábitos). Este pensamiento cruzó mi cabeza en los 10 segundos que tardo ella en acercarse donde yo estaba y al saludarla lo tenía claro: “Bueno, no iba a follar, pero al menos podía ser una persona interesante y tomar algo sin más era un plan como otro cualquiera”. No obstante, sí me siento mal por una razón y es que en el momento en que descubrí que no me resultaba nada atractiva los nervios se desvanecieron casi por completo y pude ser naturalmente yo. Pero esto es otra cuestión.

El caso es que tras saludarnos con cierta incomodidad nos encaramos hacia un bar de tapas que yo conocía y estaba bien. Ella se presentó con la mirada un tanto perdida y hablándome de su ex, con el que lo había dejado hacía una semana. “Sabes?” me dijo “A mi ex lo conocí aquí mismo a través del chat de Terra. Y fuimos a un bar. A ver si no me llevas al mismo jejeje”. A esto no supe que responder, salvo “Ah” y hacer como que no había oído hablar de su ex en el primer minuto de conversación. Como si esto no hubiera sido bastante perturbador, me dice “Ya te dije que era muy normalita. Sé que estoy un poco gorda. ¿Pero sabes por qué?” apeló a mi atención para aumentar la expectación. “¿Por qué?”, respondí, “porque tuve un aborto el año pasado” me espetó. Yo ya estaba ligeramente conmocionado por su franqueza, pero la cosa acababa de empezar. En el camino que llevaba al bar, me iba contando cosas sobre sus aficiones, siempre con esa mirada perdida y una cierta parsimonia siniestra. “Estudié ingeniería industrial en Madrid, 3 años” dijo, “Pero me tuve que volver porque me entró una depresión”. Algunas de sus historias tenían una estúpida moraleja infantil que encima, seguramente era mentira: “Cuando era pequeña me rapé la cabeza porque los niños se metían con una profesora que llevaba el pelo rapado. Así que se metían conmigo, pero me daba igual”.

Bueno, cuando llegamos al sitio, lo tenía claro: Estaba como una puta cabra. Tal vez lo mejor era acabar con aquello antes, tomar algo y largarse sin ser demasiado cruel. Yo pedí una cerveza y ella un mosto porque según decía, la cerveza no porque engordaba, a lo que asentí “ya, bueno” y aparté la mirada rápido. Nos pusieron unas croquetas de tapa y comí con ansiedad, monopolizando la conversación para tratar de evitar más comentarios incómodos. Ella seguía respondiendo chorradas que dejaban entrever que no atendía a nada de lo que yo decía. No deberíamos llevar ni 10 minutos cuando me suelta: “No me entra la comida. Pero hay otra cosa que sí que me entraría”. La ignoré completamente y seguí con lo mío. “No sé si me has oído”. A lo que respondí con la mirada: “Sí y lo estoy ignorando explícitamente”. Luego bajé la mirada y tras titubear un poco por la incomodidad seguí hablando. No sé si ella no se enteró porque no le dio la gana o porque efectivamente estaba como una puta cafetera, pero insistió una vez más “HE DICHO QUE HAY OTRA COSA QUE SÍ QUE ME ENTRARÍA”. Ya no pude ignorarlo más y le dije, tal vez demasiado poco honestamente “A ver, mira, a mi esto del Tinder no sé aún que me parece. Es demasiado frío y demasiado directo. A mí no me va esto. Lo siento”. Ahí podría haberse dado por enterada, pero no. “¿Es porque soy fea?” me suelta. Tal vez lo mejor habría sido ser sincero: “No fea no, pero me resultas cero atractiva. Nada”. Pero algo me impide ser sincero cuando sé que la verdad puede herir, así que con dolor en mi corazón seguí mintiendo: “No, qué va, fea no, pero de verdad que yo soy un poco conservador con estas cosas y así de buenas a primeras, pues como que no”. “Sé que estoy un poco gorda, pero fue por el aborto”, me recordó.

El resto de la cena transcurrió con toda la normalidad que podía. Sin más insinuaciones grotescas y sin relatarme sus intimidades. Parecía haberlo entendido, salvo algunos comentarios sobre lo bonitos que eran mis ojos y demás, que para ser sincero, me sentaban bastante bien. Así que cuando me propuso tomar algo más, pensé que no había por qué ser borde. Aunque quedaba más que claro que no íbamos a enrollarnos, aún podíamos pasarlo bien un rato. Fuimos a un bar y ella directamente se pidió una copa y yo otra cerveza. Nos sentamos en la barra y de ahí a un rato me puso la mano en la pierna. “No suelo decir esto, pero estoy muy mojada”. “¡Ay dios, qué puta pesadilla!” pensé. “Mira te lo digo en serio. No quiero herirte, pero de verdad que no va a pasar nada ¿Vale? No sé si me entiendes, tomamos algo y cada uno a su casa”. “Bueno, bueno, ya veremos cuando lleves unas cervezas más encima”. “No, en serio que no”, insistí. Pero no se dió por aludida y siguió acariciándome la pierna. Tal vez debí haber sido un poco más borde, quitarle la mano de mi pierna y largarme de allí. Pero el caso es que no reaccioné y ella se fue creciendo. Se me lanzaba al cuello cada dos minutos y yo le hacía la cobra. De hecho la postura acabo siendo esa. Yo inclinado hacia atrás y ella hacia mí. En un momento, me echó la mano al paquete y aquello fue demasiado. Le advertí que no lo hiciera más, que el jueguecito tenía un límite y que ya le había dicho que no iba a pasar nada. Pero no estaba dispuesta de dejarlo pasar así de fácil. No sé cuantos intentos hizo de sobarme la polla antes de darse por vencida. Al final, desistió pero a cambió me cogió la mano. Supongo que era el contraste de haberme estado intentando tocar la polla durante un rato que lo de cogerme la mano me pareció lo más natural y me dejé. El resto de la noche no paró de decirme lo caliente que estaba mientras se lamía los labios intentando ser sexy, pero era demasiado grotesco y penoso. Era tan penoso que sentía verdadera lástima y acabé siguiéndole el juego, que al final me parecía hasta gracioso. Finalmente me dejé hacer sin llegar a enrollarme con ella. Me sobaba por todos lados y se deshacía en piropos y elogios. Pero lo peor fue cuando empezó a pedirme besos. No sé si había anulado mi voluntad después de tanta insistencia, pero no me pareció tanto darle un beso en el momento. Le dije: “Te puedo dar un beso, pero es porque me lo pides, no porque yo quiero ¿De verdad lo quieres aún así?”. Pensé que eso la desarmaría, que se daría cuenta de lo patético que era todo. Pero aquello estaba claro que no era real. Desde el minuto cero era un esperpento e iba a seguir así hasta que me fuera. “Sí, claro que lo quiero”. Bufé dando a entender que no, que solo era un comentario y no se lo iba a dar. Pero ella se abalanzó y me cogió de la nuca empujándome hacia sus labios. Me libré como pude y dije que parase, que le daba un piquito y ya. Pero no, no podía contentarse con esto y me sacó la lengua en cuanto la besé. Fue asqueroso. No tenía pizca de erotismo nada de aquello, ni de morbo, ni de sexualidad. Solo me divertía de lo absurdo que era. Lo último que me dijo antes de irnos fue “Conozco sitios oscuros si no quieres venir a mi casa… la chupo muy bien” y se relamió los labios y puso cara “sensual”. Vamos, que mi receta de actuar por pena había sido totalmente contraproducente. Aquella tipa todavía tenía esperanzas de que me acostara con ella después de haberme acosado toda la noche. Cuando nos fuimos, la acompañé al coche, ya puestos, por acabar siendo amable. Craso error, porque no hizo más que insistirme durante todo el camino en llevarme a un callejón oscuro y chupármela.

No sé si fue por pena, porque era cómico o porque su insistencia acabó anulando mi voluntad, pero el caso es que aunque no nos enrollamos, ahí estuve toda la noche aguantando una situación que no era para nada cómoda. De hecho, me pareció un poco mal no darle un beso al final y se lo di, situación que aprovechó para meterme la lengua de forma muy asquerosa una vez más. Tras esta experiencia no sé si volveré a quedar con alguien de Tinder. No sé muy bien como está mi autoestima tras esto. Tras haberme rendido a Tinder por necesidad y no haber conseguido más que una historia para reírme de mi desgracia (por lo no hablar de la desgracia de la pobre chica). Lo que sí parece claro es que no es tan milagroso ni tan fácil. Aquellos que follan tanto gracias a Tinder será porque también follan mucho sin él. Si no hubieran inventado esta puta mierda, no tendría que aprender a usarla.

Pi-sot

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