El párpado: la última frontera.

En el Renacimiento el ojo pasó a dominar la realidad.

Rafael Alberti nos explica en su Tratado de la Pintura que el ojo proyecta una serie de «rayos visuales» que se disparan contra el mundo, formando así una especie de «pirámide visual» en la que se construye la sensación de espacio, profundidad y perspectiva. La intersección de esa «pirámide visual» es la famosa «ventana» de Alberti, donde el artista debía situar el cuadro mental que buscara reflejar la realidad visible. Desde entonces, el cuadro pictórico pasaría a ser una metáfora de la propia realidad, como si te asomases a un mundo paralelo por una ventana.

Ahí están estos señores renacentista proyectando pirámides visuales por doquier.

Ahí están estos señores renacentistas proyectando pirámides visuales por doquier. ¡Mira, mira!

Gran problema, el de la representación mimética visual, que en la Historia del Arte llevaría años desmontar. Durante años y años estos «ojos renacentistas» proyectarían sus «rayos» sobre el mundo, matematizándolo, geometrizándolo… hasta que se dieron cuenta de que esta teoría era falsa – dado que tenemos dos ojos, y esto solo sería válido para uno. Además, la imagen la formamos en el cerebro, no con el ojo.

Ahora bien, esta forma renacentista de concebir la visión remite siempre al sujeto-humano. Es decir, es siempre el ojo humano el punto de partida. El ojo que despide rayos de luz, iluminando todo lo que ve con la luz de la razón, de la mente. La luz misma es metáfora de inteligencia, verdad, veracidad. La luz es aliada de la visión, a oscuras no se ve nada. La visión implica una mente detrás provista del ánimo de esclarecer.

Sin embargo… ¿por qué tanta obsesión con ver? ¿No son también el oído, la vista o el olfato, modos de conocimiento? ¿Por qué tanta insistencia en que ver…. es creer? Pareciera que desde el renacimiento, esa identificación entre verdad=visión, hubiera desestimado el carácter veraz de los demás sentidos. Parece que sólo nos creemos algo cuando lo vemos, no cuando lo olemos o lo escuchamos. De ahí gran parte del misterio de las películas de terror psicológico: Se nos niega la visión del monstruo, eso nos incomoda.

«Si no lo veo, no lo creo». Como mucho, tocarlo. Se nos obliga a ver, para entender y para creer. Hay una pulsión escópica que sacude toda la tierra, hay que ver, ver, ver y verlo todo. Google Earth, el gran enemigo del misterio.

Alex, el protagonista de la Naranja Mecánica es la mayor víctima de esta obligación de ver. Tanto, que dejó de ser él mismo, de tanto ver. La alienación por el ojo. En el día de hoy, el que nos priven del derecho de No-Mirar, es uno de los peores ataques a la dignidad del ser humano. Se nos ofrecen por la vista las peores atrocidades, las escenificaciones más obscenas, más inquietantes – telediarios erectos ante los vídeos de degollamiento de periodistas por parte de ISIS; (curiosa paradoja la del periodismo que exhibe su propia muerte en aras del espectáculo). Se nos bombardea con imágenes publicitarias, con vídeos de youtube en las redes sociales, con fotografías y más fotografías de absolutamente nada. Nunca en la historia de la humanidad hubo tantas imágenes rodeándonos, suplicándonos que las miremos. Y lo hacemos.

El ser humano, sitiado por la imagen. (Fotograma de Black Mirror 1x02)

El ser humano, sitiado por la imagen. (Fotograma de Black Mirror 1×02)

Por eso el párpado es la última frontera. En esta sociedad donde todo se nos da a ver, donde se nos exige verlo todo – millones de imágenes que reclaman nuestra atención continuamente, con desnudos, colores chillones, miríadas de estrategias de publicidad y diseño – es necesario ejercer el derecho a no-ver. Cerrar los ojos es el último reducto que nos queda.

Cerrar los ojos es la única forma que tenemos de ser nosotros mismos (y no ser lo que vemos).

¿Te imaginas un mundo donde nunca pudieras cerrar los ojos?

Metáfora del ser humano del siglo XXI (Fotograma de "La Naranja Mecánica")

Metáfora del ser humano del siglo XXI (Fotograma de «La Naranja Mecánica»)

Guillermo Rodríguez Alonso

Graduado en Historia del Arte por la Universidad de Santiago de Compostela, Máster en Estudios Comparados por la UPF y Doctorando en Filosofía Contemporánea por la USC. Natural de Vigo y residente en Val Miñor.

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