Ojos que no ven

Se había quedado congelada, en el tiempo y en el espacio. Un espacio tan limitado que ni siquiera era consciente de su propio auto encierro. Sabía que la puerta estaba abierta y que un abismo de posibilidades la esperaría fuera. «No quiero sorpresas», me dijo una vez. Y esas palabras retumbaron en mi mente durante días, meses, años. Me costó entender que para ella «posibilidades» significaba tirarse al vacío, que dar un paso era imposible sin sentir latir su corazón de una forma insoportable. Me costó entenderlo. Es lo que ocurre cuando chocan dos mundos distintos. Quizás sus ojos no estaban preparados para ver más allá de cuatro paredes limpias, vacías, dentro de un espacio inhóspito para cualquiera. O tal vez su alter ego invisible le cortó las alas y le quitó sus ojos para elevarlos al cielo, sustituyéndolos por otros llenos de vacuidad, carentes de la inherente facultad de ver y mirar, de observar y comprender, de la posibilidad que goza cualquier par de ojos para considerarse parte de un cuerpo autónomo.

Intenté ayudarla. Llegué a agarrar con fuerza su mano para sacarla de ese encierro absurdo. Pero fue inútil. Ella había decidido vivir sin la incertidumbre que se tiene al caminar sin destino exacto, sin el parpadeo constante de unos ojos reales.

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Los pájaros de mi cabeza

Lil Abi y Ruth Oliveira

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