¿Industria o cultura?

por Alberto Sánchez Lozano.

“¿Qué es el cine?” -preguntaba a sus alumnos en una conferencia el profesor Castro en Tesis (Alejandro Amenábar, 1996)- “No os engañéis, el cine es industria, es dinero.” Y aunque después resultó ser un psicópata, el profesor Castro tenía algo de razón.

Si el séptimo arte es industria o cultura es un debate que lleva abierto en el ámbito del cine español desde hace ya bastante tiempo. Sin embargo, dado el lamentable estado de las arcas de nuestro país, creo que ahora más que nunca hay que empezar a considerarlo definitivamente como lo primero, sin olvidarse también de su importancia cultural. Con la llegada al gobierno del Partido Popular, se anunció un trágico recorte en las ayudas a la cinematografía. Sin embargo, un rápido vistazo a las películas subvencionadas en los últimos años (las listas están disponibles en la página web del ministerio de cultura) es suficiente para darse cuenta de que la mayoría son completamente desconocidas por el gran público o de escaso interés o calidad. Existen también casos tan inexplicables como el de “Zombie Western, la leyenda del carnicero oscuro” que, pese a disponer de subvención desde el 2008, el proyecto parece estar completamente abandonado; o el de “Mentiras y gordas”, que recibió un millón de euros del Ministerio de Cultura (no voy a entrar en el debate sobre si esa película debe ser considera cultura, porque aun no tengo claro si debe ser considerada película) en concepto de amortización (es decir, por lo bien que había funcionado en taquilla) cuando estaba al frente del Ministerio doña Ángeles Gonzélez-Sinde que, casualmente, también era la guionista del film.

Por lo tanto la pregunta que se plantea ahora es: ¿Son imprescindibles las subvenciones para realizar cine español de calidad? En mi opinión, la respuesta es no.

Y para muestra un botón. “Diamond Flash”, la sorprendente ópera prima de Carlos Vermut, fue realizada sin ver un céntimo del ministerio de cultura y tuvo una excelente acogida por parte de la crítica y de los festivales. También es cierto que el señor Vermut, según dijo en las últimas entrevistas, se arruinó haciendo la película, ya que puso el dinero de su bolsillo y hasta la fecha no lo ha recuperado. Ese es el precio que tuvo que pagar por poder trabajar con absoluta libertad dando rienda suelta a su creatividad. Aunque estoy seguro de que al director de “Diamond Flash” le habría encantado, en vez de quemar sus ahorros en la película, haber podido disponer de un mecenas, como el caso de François Truffaut, que dispuso del dinero de su mujer para hacer “Los 400 golpes”. Sin esta libertad de la que pudo hacer uso, quizás nunca habría visto la luz una de las piedras angulares de la Nouvelle vague.

Pero ¿y si no tienes los ahorros de Vermut (o no te puedes permitir gastarlos en una película) o no dispones de un mecenas? ¿Qué alternativa hay? Como dijo Álex de la Iglesia en la gala de los Goya de 2010, la solución es “hacer todo tipo de cine, tanto grande como pequeño, contar todo tipo de historias, comernos la cabeza para hacerlo con los medios que tenemos y competir con Hollywood”.

Y aunque desde el gobierno no puedan ayudar directamente con subvenciones, lo que sí que podrían hacer era no poner más trabas. La subida del I.V.A. ha pasado de un 8% a un 21% en las entradas de cine, incrementando su precio y, seguramente, disminuyendo el número de asistentes a las salas. ¿Cómo podemos pretender fortalecer una industria adoptando medidas con las que perderemos clientes? “Sin público esto no tiene sentido, no podemos olvidarlo jamás” dijo Álex de la Iglesia en la penúltima edición de los Goya.

En resumen, no creo que la supresión de las subvenciones —a pesar de ser una auténtica canallada— vaya a acabar con el cine español. Al contrario, ahora más que nunca se afilará el ingenio y se exprimirá la creatividad para salir adelante, ofreciendo productos por el que el público esté dispuesto a pagar. Decía Stephen King que hay que escribir con la puerta cerrada y reescribir con la puerta abierta: “Al principio solo escribes para ti, pero después la historia sale afuera, pertenece a cualquiera que quiera leerla”. Y esto es completamente aplicable al mundo del cine. En palabras de Álex de la Iglesia: “Una película no es película hasta que alguien se sienta delante y la ve.” Así pues, la solución para nuestro cine es apostar por productos de calidad, escapando de la endogamia que domina el sector (miembros de la Academia nominados a múltiples Goya, ministras que se auto otorgan subvenciones…), ofreciendo películas que sean económicamente viables y de interés para el público. A no ser, claro está, que seas Truffaut y puedas hacer lo que te dé la gana con el dinero de tu pareja.

berdt.blogspot.com.es

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