El poeta y el Verdugo

Querido Federico:

Te he soñado muchas veces durmiendo bajo el olivo. Yo me acerco a ti en silencio, como si temiera despertarte, y te dejo un beso en cada ojo, para que con ellos pagues al barquero hasta que despiertes. A veces desearía ir contigo en esa barca…

Te conocí una noche de luna cobarde y risas vacías. Estrechaste mi mano con firmeza y tus ojos me sonrieron como ya nunca habría de sonreírme nadie. A menudo iba a verte a la tertulia; me sentaba en una mesa alejada y observaba tus manos jugar con el aire, oía tu risa embriagar el Alameda. Sólo con verte era feliz, pero aquello no duró mucho: amarte me consumía, me envilecía, me hacía dejar de ser hombre. Tú me convertiste en algo que despreciaba.

Ya nunca se ajará tu rostro, no quebrarán tu voz los años, ni se apoderarán los temblores de tus manos, pero vivirás eternamente en tus versos, y cada noche acudiré yo a ellos para encontrarte. Y, cuando muera, mi cuerpo estará lejos de ti, enterrado donde debería estar el tuyo, mientras tú nunca podrás descansar, pero harás que crezca más verde la hierba junto al camino.

Aquella noche no lloré, no sabía cómo hacerlo porque nadie me había enseñado, pero pronto lo aprendí de tanto recordarte. No lloré, pero fue la primera vez que soñé contigo. Con las botas aún manchadas de polvo del camino, fui a beber a la taberna; desperté unas horas después, en la calle, y tardé un tiempo en comprender que habías muerto y que yo te había asesinado.

Tu verdugo.

MT Pereiro

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